No se ve bien si no es con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Antoine de Saint-Exupéry
Y allí estaba yo esperando en la larga cola de banco para cobrar el paro, que me urgía para pagar el alquiler de ese mes. Era el último cobro y Dios diría cómo lo pagaría al mes siguiente. La cola iba lenta y yo me desesperaba. (Siempre he sido impaciente) Miré a través de la pared al exterior, ya que la entidad financiera hacía esquina y dos de sus paredes, que eran de cristal, daban a la calle. Veía a la gente correr colgadas de sus prisas, de sus caras sin expresión, de sus vestidos de última moda y de sus egoísmos e hipocresías. -¡Qué mundo más asqueroso es éste! ¡No merece la pena vivir aquí ni así! ¡Esto es una cloaca chorreando mierda por todos lados! ¡Un día de estos me voy de aquí para siempre! ¡¡¡Vamos que si me voy!!!- Pensé mientras seguí esperando en esa maldita cola.
Asqueada de mirar a través de las pareces transparentes, dirigí la vista hacia dentro, concretamente a una mesa en la que un empleado, con sonrisa fabricada, le estaba diciendo a un cliente que si no terminaba de pagar la hipoteca, lo echarían a la calle inexorablemente. Éste, con ojos desesperados y con la voz y las manos temblorosas, le decía que tenía niños pequeños y que no encontraba trabajo por más que buscaba. Y el otro, con la misma sonrisa metálica, que eso no era cosa de ellos.
Yo seguía en mi cola pero ésta se había atascado. Las piernas me dolían de estar de pie. Alguien gritó, con grosería, que cuándo le tocaba, que si es que no sabían trabajar, que tenía prisa y que no había manera de irse de allí. Otro le siguió la corriente y dijo algo más fuerte y se unió un tercero aún más nervioso que los otros dos. El director del banco, al oír gritos, salió de su despacho lujoso y calmó a la gente diciendo, con voz suave y con la misma sonrisa fabricada que la del empleado, que ese día faltaba personal por cosas de la gripe y que pedía disculpas. Después, cuando la situación se calmó, volvió a meterse a su despacho cerrando la puerta tras de si.
El ambiente se tranquilizó pero se había vuelto espeso, insoportable y mi asco, ante este mundo, iba en aumento.
Delante de mí había un hombre de unos treinta años. Alto, cuerpo atlético, pelo negro y laceo. La cara, aunque no se la veía, mi imaginación la dibujaba haciéndole juego con el cuerpo. También llevaba un traje azul marino que le sentaba como ni pintado. Su altura no me dejaba ver a la gente que iba delante de mí y ello me incomodaba. Sólo lo conseguía si salía de la fila o sacaba la cabeza por los lados. Era como si tuviera un muro delante.
El tiempo pasaba y la cola crecía y crecía detrás de mí, así como la de delante seguía congelada, estática. Al tener tiempo para pensar, ocupé mi mente en el hombre que estaba delante. Lo revisé, detenidamente, de arriba a abajo y me dije:
-Éste será de esos que se machacan el cuerpo en los gimnasios pagando grandes cantidades de dinero para tener ese cuerpo de atleta. Además, seguro que roba, como muchos, a los que tienen menos para tener él más ¡Estoy segurísima! Será un contaminado como todos. Cada vez hay más gentuza así y éste tiene trazas de eso. ¡Qué mundo más asqueroso, más hipócrita, más egoísta, más vacío! ¡¡¡No aguanto más!!! A este hombre, sin conocerlo, ¡LE ODIO!
La cola avanzó un poco. Luego otro poco. Luego se volvió a parar. Y allí estaba yo con las piernas doloridas y el pensamiento vomitando lo que contenía mi alma: asco por la vida. Asco por la gente. Asco por todo. Seguía diciéndome la mente:
-En la tierra viven dos tipos de delincuentes: Los legales y los ilegales. Los primeros son los que duermen en su habitación lujosa y de grandes dimensiones, en una casa, también lujosa y no en cualquier calle, sino en una gran urbanización con hermosos parques verdes y limpios o en una gran avenida bien cuidada, pero esta habitación ostentosa, junto con todos sus alrededores, estará pagada por otros que tendrán bastantes menos dinero que el dueño. Los segundos duermen en una reducida y sucia celda de cualquier cárcel descuidad y sucia, cuyo habitáculo estará compartido por uno o dos desconocidos. Es más- seguí con mis pensamientos malévolos-, por un solo “delincuente legal” que duerma en una celda de cualquier cárcel, habrían muchos “delincuentes ilegales” que dormirían en su habitación de dimensiones normales, y no lujosas y que estará dentro de su casa, también normalita la cual se ubicará en cualquier calle corriente y moliente. Los primeros les han robado derechos, oportunidades, igualdad, dignidad y dinero. ¡Asquerosos!
Reconozco que mi pensamiento estaba enfermo, infectado, triste. Pensé en marcharme y volver al día siguiente pero… tenía que pagar el alquiler ese mismo día.
La cola avanzaba despacio y era tan larga… Mis pies estaban cada vez más hinchados y doloridos y mis pensamientos cada vez más malvados y que me seguían susurrando:
–Tanto plantón me está matando. Ya llevo, así como el que no quiere la cosa, tres cuartos de hora. Ya no creo en nada ni en nadie. Y este “hombre-muro” que está delante de mí, me está poniendo nerviosa. No me deja ver cuándo me toca. Es como cuando vamos conduciendo por una carretera comarcal y un camión, de grandes dimensiones, está delante de nuestro coche y no hay manera de adelantarlo y lo único que vemos es un gran muro con ruedas que nos quita toda visibilidad.
Y mi mente seguía erre que erre:
“¡Que pare el mundo que me quiero bajar!”. Y si no para, me tiro en marcha aunque me mate, que es lo que me gustaría. ¿No habrá nadie que esté sano de alma? No creo ya en nada ni en nadie; solo en mi gato pero no es suficiente. (Dejaré una nota para que el minino sea cuidado por la vecina cuando yo ya no esté) Solo pido encontrar alguien un poquito sano. Solo un poquito. ¡Un poquito nada más!
Sonó el móvil del “hombre-muro”. Y yo con mis pensamientos endemoniados:
-Y ahora sacará de su bolsillo el móvil último modelo, para hablar a su mujercita, o a su novia, o… a su amante porque con ese cuerpo, puede tener todas las mujeres que quiera.
El hombre comenzó a hablar:
-¡Hola Lucía! (………..…) Sí, sí. A Perú. Si quieres quedamos esta noche (………….) Sí, claro, al mismo sitio que el verano pasado. (……………….) Tres meses. Es que este año nos han aprobado, con mucho esfuerzo por nuestra parte, un proyecto para abrir una escuela, con adolescentes, en una aldea perdida de aquellos lugares y como soy sacerdote, me acogieron el verano pasado muy bien y quiero repetir la experiencia. Ya sabes que estas personas son muy religiosas. Vamos tres psicólogos, dos antropólogos y cinco educadores sociales. (……………..) Sí, allí vamos a pasar nuestras vacaciones. También llevamos pastillas de jabón, medicamentos, caramelos y material escolar. El año pasado escribían los niños en el suelo con un palo. Quiero volver a abrazar a aquellas gentes maravillosas que dan lo poco que tienen a los que tienen menos que ellos y con esa alegría que a los que somos de países “ricos”, nos haces cambiar el concepto que tenemos de vida y valorar realmente lo que vale. Ellos son ejemplos de humildad, de generosidad, de valores que aquí ya se han perdido, de sabiduría… ¡Qué te voy a contar! Tengo ganas de jugar con los niños descalzos pero alegres, de charlar con las madres siempre agradecidas; con sus maridos que, aunque trabajen de sol a sol y no consigan el suficiente alimento para su familia, luchan sin cesar y siempre contentos. (……………..)No, no, gracias, Lucía, ya me han dado bastante la familia y los amigos y hemos podido comprar todo el material que te he comentado, además, se que Jesús está en paro y que, ahora, estáis un poco apretados. Perdona… Se ha producido un silencio en el banco, ya que estoy en la cola y hay mucha gente y estaré molestando con este vozarón que sabes que tengo Te dejo. Ya te llamaré cuando venga. Saludos a Jesús y un beso al bebé. Adiós amiga y gracias.
El hombre metió el móvil en el bolsillo y pidió, con el tono de voz más fuerte que cuando estaba hablando por el móvil, disculpas a todos.
Las personas que habían gritado con grosería y mala educación, ahora tenían las cabezas bajas. El empleado de la sonrisa fría y mecánica, la había dejado aparcada para coger la expresión sufriente de su cliente a la vez que dio un puñetazo, con el puño cerrado, en la mesa para desahogar su rabia e impotencia. Después miró al que tenía enfrente y le dijo, sin sonreír pero con los ojos rojos: -¡¡¡Esto que a usted le sucede no es justo!!!
El director del banco volvió a salir de su despacho al comprobar que se había producido un ruido seco dentro de un gran silencio. Miró a su empleado pero éste no le sonrió. Nada se le dijo, ni nada entendió. Volvió a meterse, confuso, a su lujoso despacho cerrando la puerta tras de sí.
Por fin le tocó el turno al hombre que había delante de mí. (No estuvo ni un minuto haciendo su gestión) Cuando se marchó, me dijo la empleada del banco, que por fin, ya la tenía delante justamente de mí.: -“Buenos días, ¿qué desea? (…………) Señora… le estoy hablando y tengo mucha gente a quien atender. ¿Desea algo?- Salí corriendo tras el hombre y, ya fuera, le dije:
-Perdón. Quiero pedirle disculpas y darle las gracias.
Por fin le podía ver el rostro. Su cara era como me la imaginaba y el saber, ahora, que era un hombre “prohibido”, le hacía aún más atractivo. Ello no fue lo que me sorprendió, sino que su rostro reflejaba paz, alegría, serenidad y su mirada irradiaba amor, mucho amor y sus ojos rebosaban lo que había en su interior, en su alma. El hombre, después de hablarle, me miró, ahora, con mirada extrañada y me preguntó sonriente:
– No la enciendo, señora…
A lo que le respondí:
– Disculpas por juzgarle sin conocerle y gracias por hacerme ver el mundo con el corazón, no con los ojos, y… -Aquí ya se me hizo un nudo en la garganta y tartamudeando continué- y… y… por devolverme a la vida.