Reconozco que el erotismo es pura sugestión. Tiene que estar dentro de uno, pero dependemos de algún estímulo que lo active. No voy a decirte que no me estimules, no me malinterpretes, por favor. Lo que te quiero explicar es que tengo un problema con el sonido de los hielos dentro de una coctelera. Te sorprenderás, pero no es fácil de explicar.
En cuanto escucho ese tintineo de los hielos chocando entre sí y contra las paredes de frío metal, algo se pone alerta dentro de mí. Se me multiplican los sentidos, noto el vello de mis brazos erizarse y mis pupilas se me dilatan.
Todo empezó aquella noche en el restaurante del hotel en Houston. Yo había ido a dar una conferencia en ese mismo hotel. Llegué por la noche y, para calmar los nervios por la ponencia del día siguiente, bajé a tomarme una copa.
Me senté en la barra y no pude evitar fijarme que en el otro extremo había una mujer con un ceñido vestido blanco que bebía en solitario. No sé si fue una asociación rápida de la mente, pero delante de mí había una carta de cócteles y espontáneamente pedí al barman lo que la caprichosa sugestión había decidido por mí.
Una “dama blanca”, pedí. En seguida, caballero, contestó. Ella me miró. Tintineo de hielos. Yo le mantuve la mirada. Los hielos tintinearon más. Ella se levantó. Generoso chorro de ginebra. Ella se ajustó el vestido. Ligero chorro de Cointreau. Ella se empezó a acercar. Una cucharadita de zumo de limón. Ella se sentó frente a mí. Clara de huevo sobre el líquido. Ella me sonrió. Granos de café. Ella me besó. Tintineo de hielos. Tintineo de hielos. Tintineo de hielos. Miles de moléculas agitándose, mezclándose, colisionando, pidiendo auxilio.
Inmediatamente, me vi arrastrado por un impulso irrefrenable a la habitación del hotel a poseerla. Y lo más curioso es que todo el rato no sonaba otra cosa en mi cabeza que el tintineo de los hielos. No recuerdo de lo que hablamos. Ni siquiera podría asegurar que lo hiciéramos. Sólo recuerdo estar agitándome sobre ella mientras ese irreverente ruido de hielos horadaba los endebles muros de mi cordura.
Tiene gracia. Nunca llegué a saber su nombre. Nunca llegué a probar ese cóctel. A veces pienso que a lo mejor son dos cosas inseparables. De hecho, a ella la recuerdo como “La Dama Blanca”, y el sabor del cóctel lo proceso en la parte de mis recuerdos donde van a parar los más inconfesables. Donde seguramente algún día estés tú, cuando remita este sonido de hielos y pueda por fin poner mis pensamientos en orden.