Ya estoy en casa, grité dejando el bolso en la silla de la entrada.
Hola, me respondieron mi marido y mi hijo que estaban en la habitación jugando con el ordenador. Se oían tiros y explosiones y me di cuenta que a parte del hola no me iban a decir mucho más. Estaban en plena batalla.
Que me matan, que me matan, oigo a mi hijo.
Es increíble como el contexto da sentido al lenguaje; el mismo grito en un callejón oscuro me habría congelado la sangre, sin embargo en ese momento solo me hizo sonreír.
Cogí el correo que estaba encima de la cómoda. Tres cartas del banco y ¡sorpresa!, un sobre enorme de color pistacho dirigido a la familia Garay, o sea a los dos combatientes de la tecla y a mí. Era una invitación de boda. Mi prima Aurelia y su novio de toda la vida Javi, se casaban. Leí con más detenimiento y vi que la boda se celebraría en un pueblo de León, que si no recordaba mal era el pueblo de los padres de él, porque ellos y toda la familia son de Madrid.
No puedo más, vamos a dejarlo, me estoy mareando, oí decir a mi marido que efectivamente siempre acababa blanco y con la tripa revuelta después de un rato en la batalla virtual.
Bueno vale, me meto por aquí y seguro que me matan, dijo mi hijo.
Otra vez el contexto me salvó de acabar sobrecogida. Se apagaron los tiros y vi venir a mis dos chicos por el pasillo, con mucho mejor aspecto de lo que se podría esperar por los ruidos y gritos de hacía un momento.
Hola cariño, me dijo mi marido sonriendo mientras me daba un mínimo beso en la mejilla. Me dio la sensación de que estaba completamente mareado.
¡Hola mami! Me saludó mucho más entero mi rubio y eficaz combatiente. Casi ganamos, pero es que papá es muy malo.
Sí, sí es muy malo… dije yo mientras sonreía al soldado raso.
¿Qué tal el día?, les pregunté.
_ Bueno, bien, he salido pronto y Matías y yo llevamos un rato jugando. Estoy revuelto. No voy a jugar más a ese juego, es horrible.
¿Y eso?
Mi marido miraba con cara de susto el sobre que yo tenía entre mis manos. No hacía falta ser muy listo para suponer que era una invitación de boda.
Mira, se casa mi prima, le respondí confirmando todos sus temores.
Desde ese momento supe que la cosa se iba a torcer y que íbamos a tener más batalla que la que se oía hacía un momento en el ordenador.
_ Pero si llevan lo menos cinco años viviendo juntos, ¿qué paripé es ese de la boda?
_Pues, no sé, les apetecerá casarse. Solo puedo decirte lo que pone aquí y es que la boda es el 15 de julio en el pueblo de los abuelos de él, en León.
Entre el mareo de la batalla y el disgusto de la noticia, la cara de mi marido era un poema.
_ Y encima fuera de Madrid, pues mira yo no voy, ya sabes que no soporto las bodas.
_ Vaya, así que tú no soportas las bodas. Se casa mi prima y nos juntaremos toda la familia, cosa que últimamente solo hacemos en los entierros, y tú me sales con que no soportas las bodas.
_ Pues no, cada vez me cuesta más. Vas tú, ves a toda tu familia y yo me quedo aquí tranquilamente.
Estábamos de pie en el salón. Mi hijo se había puesto a jugar con un cochecito. Estaba tumbado en el suelo dibujando curvas y rodándolo adelante y atrás, mientras hacía ruidos con la boca. Estaba encantador y aparentemente ajeno a nuestra discusión. Aun así procuré calmarme y continuar una conversación civilizada. Pero entonces mi marido va y me dice:
_ Mira, prefiero que me obligues a pasear desnudo por la Puerta del Sol con todos los indignados del 15 M a ir a esa boda.
¿Indignados del 15M? Para indignada yo. Podía entender que no le apeteciera mucho ir a la boda, pero esa negativa tan radical… Tampoco era para tanto.
Insistí un poco más. Él seguía en sus trece. Mi hijo había dejado de jugar con el cochecito y nos miraba como quien mira un partido de tenis, moviendo la cabeza de un lado a otro. Mi marido hacía exactamente el mismo movimiento, pero para decirme una y otra vez que no, que él no iría a esa boda. Me cansé de darle argumentos, francamente mi orgullo estaba por los suelos, así que zanjé la discusión diciéndole:
_ ¿Sabes qué te digo? Que iré sola, no me haces falta para nada.
Me dejé caer en el sillón resoplando y entonces vi la cara de mi hijo que se dirigía a su padre. Tenía una expresión tranquila, casi divertida, y con un aplomo increíblemente maduro para su edad le dijo:
_Papá, yo que tú iría. No creo que sea peor que nuestro Mortal combat.