VIII Certamen de Narrativa Breve 2011

188- Soy perfectamente inexperto, pero te amo. Por Alessandro Ilimurí

La historia del que no supo amar empezaría de una manera muy peculiar ante un universo de frialdad. Intentar amar no tuvo límites ni mucho menos edades; solo llegó y se estacionó en la puerta blindada número 33, con un perfume emocional para recorrer el puerto del Sou. 

En aquella época nos llenamos de ilusiones al mirar por los balcones, y demandábamos al señor cielo ser más grandes y menos inexpertos. 

Caminando por una avenida cerca del puerto, leí la leyenda de la apostasía dictada con la mano del gran dictador que surgió de los más recónditos lugares del apocalipsis humano. Fue atraída por esa fuerza que no puede eludir ni el mismo rey con cuernos de oro. Un extraño ser que aspira a ser querido; que se enfada, que no ríe y que de repente sueña con el cielo. 

Muchas veces, en aquella habitación oscura, me pregunté el por qué del amor, ¿dónde nació? y ¿dónde morirá? Me gustaría presenciar tal ceremonia. 

En una de esas tardes, reflexioné e imaginé muchos avatares que me dio el destino, entre ellos, la muchacha de pelo castaño y firme presencia. Aquella mujer fue la leyenda en vida de los cuentos del abuelo. El amor fue la injusta e inexperta idolatría que tuve con Eva. La tribuna de la justicia no tuvo criterio de salvación, ellos ya se perdieron hace miles de años en el juzgado primero de la calle tentación, pero si acaso quisieran opinar sobre la vida en un paraíso de afluencia de estrellas, pienso que darían el paso más profundo en su historia de justicia y realidad.  A muchos pobres amantes del amor, les vendieron una falsa idea y, por ello, fueron juzgados como soeces paganos de la oscuridad. 

En ese sentido, la muchacha Eva, cambió el curso de la vida intentando ataviar el terrible dolor de una persona que suele vivir con una simple y llana ideología, pretendiendo cambiar el verbo y la verdad de la palabra. Intentando hallar otro  significado al amor, y otro, a la aventura. 

Así surgió de lo más profundo de la mentira, el odio al amor, el odio a no saber amar, o mejor aún, saber amar pero nunca ser amado. Son terribles afirmaciones desde la radio nacional de los sentimientos rendidos, y una gran verdad de la televisión de los críticos emocionales. 

Y, ¿en qué dirección podría recorrer la perfecta inexperiencia para encontrar al amor? Ciertamente la encontré en un puerto desconocido;  llevaba el pelo suelto y una camisa muy pegada al cuerpo, a ese cuerpo bonito. 

Ni los nombres del viejo velero de la abuela tenían tanto contenido; solíamos escuchar bellas melodías que salían de ese pedazo de madera flotante. Un mar de recuerdos. De ella salían tristes melodías que encarnaron la feliz etapa de la vieja amiga de la vida. 

Las tardes venían solas y el lugar quería ser visitado y pisoteado. La antigua embarcación tenía vida propia, tuvo emociones abordo y amores con morbo. 

I love you “Yemei Sou”, así se escuchaba la canción del pianista fantasma. Encarnaba una bella historia de amor de los años 30, un amor que además de ser pasajero, fue el sentimiento más puro que guardo el puerto del Sou. 

Solo cuando recuerdo cada instrumento que salía de aquella época sin nombre, recuerdo tu cuerpo junto al mío, tus ojos clavados al destino, y por sobre todo, me hiciste la persona que debió ser desde siempre. 

Quién como tú, y quién como yo, quien como esos dos seres amantes que disfrutaban del instrumento efímero de la vida. 

Yemei Sou, no son solo palabras que brotaron de una pasión desmesurada, o miradas de los años 30. Algún momento pude preguntarme si en verdad viví lo que vivimos, y ahora me pregunto ¿por qué lo perdimos? Sin embargo, el viejo velero se llevó nuestro romance, y tú, te llevaste el gran significado de nuestra palabra… amor.  Mis opiniones me trasladaron por el camino equivocado, y por sobre todo, me alejaron de aquella tarde llena de coqueteo, donde tú y yo jugábamos a querernos, a prometernos el tiempo y el espacio, las noches y las mañanas. 

Después de todo, logré entender que tu amor, no me pertenecía. Que encontré la respuesta a mis preguntas, en aquella confesión a escondidas. En esa última nota que había dejado en tus manos, y que tristemente recogí del fango y las cenizas.

Siento decir que fuiste la única en mi vida, siento escribir tu nombre y no el mío, siento mil veces siento mis dudas en mis romances, siento que es hoy, y no es ayer. Por todo ello, digo lo que siento. 

Entro en el viejo velero del amor, me siento y respiro, respiro nuestro aire flotando en mis pensamientos. Eres dueña de mi ayer y fiel reflejo de Yemei. Giro la cabeza y observo cada rincón del recuerdo… de los coqueteos…de tu sonrisa…de mis lágrimas. Esas lágrimas fingidas que muchas veces te creía -tonta infidelidad-  no demostraban el verdadero calor de la melodía. Lo evidente y sincero es que fui el único de amor de por vida, en eso nunca me mentías. Y si ahora derramo unas muy cansadas lágrimas, es por el vino y la alegría. 

En pos de nuestra felicidad me mentías, pero claro, el dolor que tú sentirías me destrozaría. Nunca creas ni te mientas, nunca frenes si aceleras y nunca digas nunca si de amor has vivido o si de amor quieres vivir.

En este ocaso de mi vida, pongo las manos sobre mi cabeza, dejo mis ojos sin rumbo, y mi corazón casi lento y ya marchito. Quién diría que de amor no se vive, que una copa de vino no emborracha y que una mujer nunca se enfada. Eso no se escribe ni se delata, no se siente pero se vive, no se habla se lo demuestra, y mucho menos te delatas, es más… te lo guardas. 

Aquellos  puertos agruparon veleros y romances, los violines fueron pasiones en notas musicales, la botella de vino fue la sangre que circula por el cuerpo de dos tiernos enamorados, y el motorcito del velero dirigió aquel peculiar romance. 

Que tierna es la vida decía la abuela, y que sencilla la muchacha que visita el puerto. Esa fue la imagen que dejaste a la experiencia. Nos encariñamos de los verbos, de lo justo y de lo injusto, de tus besos y de mis caricias. De los abrazos prometidos y el disco jazz de los rendidos. Mil armónicas en mi cabeza y mil te quieros en mis deseos.  Soy lo que soy y te he fallado. Te llené de ilusiones, de promesas, y lo más injusto fue decirte que no te amo. Es el barco de los caídos, de los que algún un día se amaron, de los dos que bebieron el vino prohibido. 

Los párrafos de la historia congratulan un año más de nuestro aniversario, un año más de una falsa historia que nació en los puertos de la ilusión, la esperanza y la atenta mirada de firmar un buen convenio. Una ocasión que sin duda alguna se metió en el oasis de mi vida, de la vecina y por supuesto no olvidar al extraño en mi vida, y conocido en el tuyo, aquel que te miró, te sonrojó y luego “te liberó de mi”. Esas fueron tus palabras en medio de una explicación inexplicable. Parecía todo mágico y solemne, pero al parecer cuando tú te sonrojas, te enamoras de la cálida mirada de un espectador. 

Pretender ser lo que no eres fue el primer gran error de tu juego, intentamos llevar una relación que no tenía la dirección correcta, solo a nuestra habitación. Unos cuantos ruidos de pasión o discusiones inexpertas, fueron los temas de repercusión. Después, quedó el agraciado beso que me diste en esa noche romántica y esplendida, donde te vi muy enamorada, bellamente comprometida con nuestra historia, y claro, un ser que te querría para toda la vida. 

No es temible lo terrible, ni mágico lo nostálgico, es vida lo que vemos, latidos los que sentimos y besos los que añoramos. Ni la cartera, ni la riqueza y mucho menos la decencia lo que se olvida; es la verdad y la carencia de entrega. 

 Las preguntas viajaban en mi mente, se enlazaban con los recuerdos y revivían bellas emociones. Momentos perdidos que instigan el ego del que ya ha caído. Es profundo aprender a perder, cuando ya lo has perdido todo, y superficial el dolor cuando pensé que vivir junto a ti sería mi salvación. Allí, en aquel bello puerto, perdí la brújula del amor. 

Mi pretérito, mi verbo y mi sustantivo han llegado a quedarse sin más que acotar a esta sincera  historia que jamás renacerá. 

Son las veinte horas, con treinta minutos y escribo el reglón de mi trágica perdición con un ápice de mala intención. Y por ello, me siento satisfecho, pasó el tsunami con tu amor. Arrasó mi huerta, mi espacio, mi mundo, mi nombre, mi orgullo, y por último, los minutos de amor que dediqué para quererte y hacerte la mujer más feliz del mundo. Ahora, veinte horas, con treinta y cinco minutos presiento que derramaré unas cuantas lágrimas que recuerdan tu partida, mi agotamiento, y aquellos versos sentidos de templanza emocional. 

La inexperiencia viaja por mis venas, recorre cada espacio de mi mente y regula las tristezas momentáneas que desencadena una experiencia. No fui perfecto, no lo soy, ni lo quiero ser. 

Aún te amo, no lo niego, ni lo desmiento, pero siempre lo retengo, es mi espada en la batalla y mi defensa en el ataque. Siento y lo deseo, añoro pero jamás lo imploro. Es una suculenta y aciaga obra de teatro que montamos, y gracias a ello pedimos votos de aplausos, y votos de santidad para asegurar una vida eterna. Ambos dijimos si a la vida, al amor, a la religión y al todo e infinito universo. 

Encontrarme en mis últimos minutos, no es el mejor final que había soñado, pero prefiero morir acompañado por aquella botella de vino del 34. El mejor regalo que dejó la abuela. 

Es posible que alguien encuentre mis notas, mis apuntes, la vieja máquina y el habitáculo con pocos secretos. No escondo nada mío, solo un amor rendido. Estaré sentado hasta notar la ausencia de luz por la noche, y en ese entretanto, saldrá mi amiga la luna. Me llevaré sus últimos reflejos y seremos cómplices del fin de algo, y el nacimiento de esta bella historia.  El puerto de Sou, y tú, conquistaron la pluma que escribió los relatos mas anhelados de un ser apasionado. Muchas veces y sin mirarme al espejo, me di cuenta que los cabellos blancos tienen su historia, sus respuestas y sus propios sentimientos. Sé que pronto sellaré el oasis vivido, pero aún así te digo bien despacio y por escrito…soy perfectamente inexperto, pero te amo. 

Marcaré el propio final de la historia, dejaré clara evidencia de los hechos para alejarte de cualquier falsa culpa, ya tendrás suficiente cuando lo sepas. Una botella rota, y una camisa con lágrimas de vino, te alejaran de la culpa. 

Y así sucesivamente fueron cayendo los seres más molestos de la historia, con sus aptitudes, sus hegemonías, el misterio y la curiosidad de saber el fin de su leyenda. La oscuridad del cielo y el resplandor de la luna en mi botella inician el camino que dejaré con tantos latidos. Unas líneas que fueron escritas con sentimiento, y unas cuantas gotas de dulzura que no mojan el sucio engaño. 

Así concluye el capítulo ajeno de la triste pluma con sangre que derramó el susceptible agresor de leyendas y sin más, salgo de la historia por la puerta más pequeña e ingreso por mi ventana para continuar con mis secretos.

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