—No esperes ver la luz al final del túnel.
— ¿Por qué?— pregunté yo
—Porque no hay ningún túnel.
Me la quedé mirando sorprendida. Bebí un poco de la cerveza que tenía en la mano y encendí otro cigarrillo.
Nos quedamos un rato en silencio, oyendo cantar a los grillos. Por la noche en el jardín se vuelven locos y te hacen sentir más calor del que hace en realidad.
Habíamos estado todo el día trabajando, arrancando las malas hierbas y cavando en aquella tierra tan dura. Total para nada, no iba a crecer nada allí.
Me sentía como si yo fuera esa tierra, y ella removiera en la herida.
—Te pasas el día soñando con que todo va a cambiar y no es cierto, nada cambia— dobló las piernas debajo del cuerpo dejándolas al aire y me di cuenta de lo bonita que era y de lo triste que estaba.
La dejé que hablara porque sabía que lo necesitaba. Le dije que era pesimista y me contestó que no, que era realista.
—Igual da estar viva que estar muerta, solo les influye a los que están a tu alrededor. Si te quieren, se pondrán tristes.
—Yo te quiero— le dije, y me sonrió sin ganas.
—Eres mi madre, más te vale quererme.
Lo dijo en tono de broma, como si quisiera tener gracia, pero sonó desesperado y confuso. Al fin y al cabo el amor de madre se da por hecho, aunque no sea siempre así.
—A mí no me quería ni mi madre, tú lo sabes.
Se quedó pensativa, intentaba medir las palabras para no herirme pero no lo podía evitar.
—Tú tampoco la querías a ella y yo sí te quiero a ti.
No sé si era el calor o la cerveza lo que nos estaba llevando a decir estas cosas, pero no me gustaba. ¿Qué había querido decir con que no hay túnel?
— ¿Qué esperas? ¿De verdad crees que un día aparecerá un príncipe azul para rescatarte?— dijo como si me hubiera leído el pensamiento.
—Yo ya no espero nada, soy vieja, pero tú…
— ¿Yo qué? Más vida que me queda, es todo tan absurdo que me da pereza.
Miré el jardín y me di cuenta de lo desolado que parecía. Me acordé de mi casa y deseé no haberla perdido. Quizás ella no se hubiera contagiado de este erial y no se sintiera tan vacía.
—Tú, lucha hija, que yo no lo hice— fue un último intento por sacarla de aquel estado.
— ¿Luchar? que mierda. Mira como hemos luchado hoy con las malas hierbas y ¿qué hemos conseguido? Que esto parezca el desierto de Arizona. Sólo faltan los matojos rodando.
Me dejé llevar y desistí. Tenía razón. Nos bebimos un par de cervezas más y sucumbimos al desierto y al calor.