¿Cómo estás, chiquita? Tanto tiempo que no nos veíamos… Cien años casi, ¿no? Sí, un poco menos, justo antes de la primera guerra mundial, ¿te acuerdas? Cómo para olvidarnos, ¡qué bailecito!, hasta El Jefe en esa época estaba preocupado. Recuerdo que nos vimos el mismo día en que asesinaron a Francisco Fernando de Austria; yo cuidaba a un comerciante de Sarajevo y tú a una lavandera de la zona. Y qué bien que lo hicimos… bah, como siempre; tu protegida murió a los 99 y el mío a los 103; los dos en paz, y en un sueño, como le gusta al Patrón. En ese momento era tanto el miedo reinante que, hasta nosotros, que ya éramos veteranos en estos asuntos, teníamos pavura de perder el trabajo. Y bueno… siempre nos quedó grabada la frase que El Jefe nos dijo allá en los tiempos de Gregorio VI: “nadie dura toda la vida en este trabajo”. Pero parece que nosotros rompimos la regla: a ver… ya llevamos… uy… no lo puedo creer… ¡mil años! Sí, chiquita, mil años como ángeles de la guarda…, viviendo pegaditos a seres humanos, salvándolos de una bala, de un carruaje desenfrenado, de una puñalada gris o de una peste. Lo hicimos bien… quién puede dudarlo, todos nuestros protegidos llegaron a la meta como quiere El Patrón: por muerte natural. Mira, va a parecer un sacrilegio lo que voy a decir, pero más de una vez me ha dado en pensar que tuvieron suerte todos los colegas a los que se les murió alguno antes de tiempo. Ahí los tenies: gozando de un retiro obligatorio, tocando el arpa o repitiendo alguna jaculatoria en honor a un santo del que ni se acuerdan el nombre completo. Está bien… cálmate, no te horrorices, ya sé que nuestra tarea es un privilegio. Pero a veces uno tiene ganas de otras cosas, más en el mundo de hoy… con tantas novedades… ¿Qué andás haciendo acá en un banco de Madrid? Ah, cuidando a esa viejita; yo cuido a aquél, sí, el que está detrás de ella en la cola de jubilados; mira qué casualidad, a los dos les falta poco, pero los tenemos bien resguardaditos. Pensar que están ahí solos y ni saben que nosotros, invisibles, etéreos, estamos hablando de ellos. ¿Qué dices?, ¿que la vejez es sinónimo de soledad? Y sí… pero nosotros no somos Cupido; además, al lado nuestro, estos son dos chiquillos. ¡Te ríes! Conservas la misma risa de siempre. Nunca te lo dije, pero cuando vos sueltas una carcajada parece que todo el universo se detiene a escuchar tus labios vibrando. No… qué voy a ser poeta…, pero no te olvides de que cuidé a unos de los grandes amigos de Joachin du Bellay, y algo de aquellas conversaciones literarias debe haber quedado en mi cabeza, aunque ya hayan pasado unos quinientos años. Me pregunto qué pensaría aquel francés si me escuchara hablar con este acento de español globalizado, con este vocabulario acotado bien al estilo Facebook, Y bueno… uno tiene que adaptarse a la forma de hablar del lugar y del tiempo donde vive.
Oye, parece que la cola no avanza, pobrecitos estos dos… tanto tiempo parados para cobrar una miseria. Qué mal se trata a los ancianos hoy en día, ¿no? Qué paradoja… la ciencia les alarga la vida a los humanos y los propios humanos se encargan de maltratarse. A veces los veo tan contentos con sus avances, tan sorprendidos porque la medicina les ha hecho pasar la barrera de los 120 años… Qué poca idea tienen de la eternidad…, de este universo inabarcable que habitan, de este cosmos sideral en que una estrella tarda eones en despertar, en que una piedra dura millones de años sin corroerse. Qué te voy a contar a ti que lo sabes al dedillo.
Pero hablábamos de tu risa, sí, aunque te sonrojes hablábamos de tu risa. Creo que la primera vez que te escuché reír fue un mes antes de que al loco de Urbano II se le ocurriera lanzar la primera cruzada. Todavía me acuerdo de la frase que dijo: «Dieu lo volti». Dios lo quiere… El Jefe estaba furioso, harto de que los Papas se arrogaran el derecho de interpretar su voluntad… Imagínate cómo estará hoy. La cuestión es que el chiflado aquel mandó a un tal Pedro de Amiens a reclutar gente. No sé si lo recuerdas. El tipo consiguió no sé cuantos pobres, los alistó y los mandó a pelear contra los turcos. Decir que los hicieron mierda es poco… Ya sé: no es vocabulario para un ángel. Pero qué quieres… a pesar de tantos años transcurridos todavía me persigue la impresión. Yo cuidaba a uno de esos indigentes devenidos en soldados cristianos para esa locura, y gracias a mí el tipo fue uno de los que se salvó… Todavía no sé cómo hice; sed, cansancio, combates… creo que si hoy en día me tocara un trabajo semejante no podría hacerlo. Queda mal que un ángel de mi experiencia lo reconozca, pero ya en pleno siglo XXI prefiero quedarme en una ciudad cuidando a un empleado municipal, o a un profesor de piano de un conservatorio que espere jubilarse después de treinta años enseñando las mismas lecciones del método de Diabelli.
Hablando de jubilados: esta cola no avanza. Salgamos un ratito a la vereda, total acá no pasa nada, qué les va a hacer a estos dos que los dejemos solos un poco. Sí, dale, ven conmigo, no seas tonta, tenemos derecho a un recreo, aunque sea unos minutos de ésos que los humanos llaman ocio y que nosotros jamás conocimos, ¿no te parece? Mira qué mesitas en la vereda; sí, ya sé, El Jefe nos tiene prohibido que nos sentemos, pero déjame imaginar cómo será eso de llamar a un mozo y pedirle unas cervezas y unas salchichas, y quedarme mirando un poco tus pupilas y dejar que el mundo gire solo por un rato. Bueno, está bien, un par de minutos y volvemos adentro a cuidar a mi Don Ernesto y a tu… ¿Cómo se llama tu protegida actual? Ah, Lucía. Harían linda pareja: Ernesto y Lucía. Pero ya lo dije hace un rato: no somos Cupido. Aunque fuimos testigos de más de un romance. Si no me equivoco tú cuidaste a una amiga íntima de Beatriz Enríquez de Arana… Vamos, pequeña, que en toda la corte celestial se comentaba que esa mujer era amante de Cristóbal Colón… Pensar que los libros de historia dicen y se contradicen sobre la vida de esa misteriosa señora y yo tengo, ahora mismo, delante de mí a alguien que debe saber todos los pormenores del idilio… Sí, ya sé que no se nos permite ventilar los detalles ocultos de las vidas que resguardamos; pero ya pasó tanto tiempo…, además es un hecho histórico que cambió el mundo… Cambiar el mundo…, linda frase, ¿no? Si los hombres supieran que cambian el mundo día a día… quizá estarían más atentos a las estupideces que hacen.
¿Qué dices? Ah, que tenemos que volver enfrente. Pero dale, suelta solamente un dato. Se decía que esta Sra. Beatriz era hermanastra del Rey Fernando el católico, ¿era cierto? Bueno…, no te pongas así… Es que el amor es el gran tema, chiquita. Fíjate por ejemplo esa parejita que acaba de ingresar al bar. Entremos, acerquémonos un poco. ¿Qué? ¿Que tienen sus ángeles y que nosotros no podemos entrometernos? Lo único que me faltaba: que te pongas en sindicalista. Los ángeles que tienen son jovencitos, ni nos van a ver, tendrían que estar orgullosos de que nosotros, con todo el oficio que tenemos, nos acerquemos un rato. Te decía del amor, eso que en tantos años de servicio nos hemos perdido…; fíjate cómo se toman de la mano, cómo se miran, cómo se hablan en voz casi inaudible, cómo están ajenos al ruido de las mesas cercanas, de la gente, de la calle, de… ¿Qué? ¿El ruido de qué? ¿Qué explosión? Yo no escuché nada… Sí, la gente sale a la calle, pero yo no escuché nada, quizá estaba tan ensimismado con esta pareja que… Cálmate, chiquita, debe haber sido algún loco jugando con pirotecnia. Te digo que te calmes… ¿Adónde vas? Espérame… espérame que voy yo. Quédate aquí. No me sigas. ¡No me sigas, te digo! ¡No mires! ¡No mires! Por favor no mires… no te enteres de nada, no sepas que la explosión fue enfrente. No sepas. Ven a mi pecho, si te sirve mi abrazo, ven a mi pecho; pero no llores, no mires y no llores… Ya lo dijo El Jefe hace como mil años: nadie dura toda la vida en este trabajo.
____________________________