Aquel 23 de Julio la vida me enfrentó a una circunstancia jamás pensada e innegociable desde mi punto de vista. Mi pequeña, no necesitaba pregonar que poseía una daga incrustada en el corazón; y encima la empuñadura amenaza con hundirse del todo si no le poníamos atención. La vimos sufrir y sufrimos con ella viéndola esconderse en un rincón solitario abrazando la melancolía. Por supuesto, a los seis años las lluvias son tormentas y las tormentas tornados que cubren el sol nublando su horizonte y este se pierde enfriando el ahora y porvenir. Pero la vimos cambiar, apagarse abandonando los cascabeles característicos de su personalidad, logro convencernos que algo grave estaba pasando y debíamos volvernos a mirar poniendo a un lado la pertinencia y exigencia del trabajo, apenas y la nena cruzaba palabra al vernos. Penosamente una marea impiadosa navegaba en sus ojos y yo me ahogaba en ellos. No pude más y fui por mi angelito asumiendo mi rol de mama gallina. Su padre entendió entonces que su técnica por desestimar lo ocurrido definitivamente había fracasado. Reverberaba la pena monocorde ocupando un espacio importante en su día sumiéndola en angustia. La alcé en mis brazos sin importarme sus seis años cumplidos y las recomendaciones psicológicas tan de moda en estos periodos evolucionados propagando la emancipación temprana para hacer seguros a nuestros hijos y no dependientes como el hilo con la aguja para poder coser, cuando también se pueden engrampar roturas y cerrarlas igualmente. Con un nudo en la garganta la hundí en mis brazos y la llene de besos soltándole palabras amorosas como corresponde a cualquier mujer que le dolió parir la felicidad. No podía alimentar el océano que vertían sus vistas permitiendo que se mojara con el mío plagado de corrientes furiosas sin sostener una respuesta clara a su dolencia, debía rescatarla de la aldea quebradiza en la que se hallaba enquistada
-¿Qué tienes corazón, por qué estas llorando aquí solita?- pregunté
-¿Extraño a Tom?- dijo llevándose las manitos a los ojos
– Todos lo extrañamos cariño pero hay que continuar sin él…..
Mariajo negó mi respuesta con la cabeza bañada en llanto, las palabras sobraron y cobijó su carita escondiéndola en mi cuello. Luego consecutivos argumentos esgrimidos por ella me llevaron a conclusión que deseaba pedirme algo. A estas alturas interiormente lo que fuese era concedido de antemano. Mariajó contracción del nombre de pila María José como su abuela, con mucha precisión describía la coyuntura instalada con una racionalidad tan simple como si fuera un adulto. Planeando su próximo paso sentó a su padre y a mí en el confortable para ser escuchada presumo con comodidad mientras preparaba el pensamiento y luego los gestos inventados para ser entendidos en toda la extensión mímica necesaria. Llevaba un concepto y significación tan imponente que ya le empezaban a surgir las aristas por la urgencia en trascender para ser comprendida
Aparentemente como lo planteo se requería un monosílabo en respuesta a su cuestionamiento: Si ó No. Y entonces luego de su representación alegórica se animo a formular su petición diciendo:
¿Como busco el alma de Tom?
Nos sorprendió crudos su pregunta bastante bizarra y a la vez filosófica. Quién ensayaría escudriñar el alma de alguien después de haber transcurrido seis meses del deceso de Tom. Se nos hizo tenaz la pregunta y asaz raro venir a indagar en esa edad temprana sobre el método para hallar un alma si no estábamos incluso seguros que existiesen almas en las personas. No éramos agnósticos, menos ateos pero concebíamos la religión descremada, vale decir, distanciada de cualquier fanatismo representaba la esperanza del necesitado y la dádiva del rico. Por fortuna nosotros nos manteníamos creyentes y firmes en nuestras convicciones devotas. Sin embargo, ¿Cómo se busca un alma? No lo sé. Tampoco nada se le ocurría a su padre porque solo sudor desprendía su frente franqueado por la impronta. Nunca se cruzo por mi mente semejante faena que Sócrates definió como aquello en virtud de lo cual se nos califica. Buscaría eso realmente la niña o tal vez ese sentido originario que poseen los seres vivos incorporando un recuerdo en congruencia a una interpretación subjetiva nacida de la añoranza. Me vino a la mente responderle con otra pregunta para verificar exactamente qué quería decir; pero Mariajó captó mi interrogante en el aire (igualita a su madre de precoz) y me respondió afanada:
-¡Mamá él se fue al cielo lo sé pero quiere que lo escuchen aquí en la calle!
Concluimos por entender que estábamos atravesando una peliaguda tarde de otoño e intentamos hacerle comprender que la amistad es un sentimiento perdurable y no muere con el individuo que es objeto de la misma. Poco mas tarde, retomamos nuestra armonía familiar y los tres juntos nos preocupamos por hacer las tareas escolares, preparando incluso la mochila para el día siguiente. La niña por fin consiguió dormir y nosotros fuimos a la sala a discutir en completo privado la situación. Alonso se desplomó sobre el modular con un suspiro; y frotándose la barbilla con genio desconcertado solo atinó a murmurar enfadado la mala influencia ejercida por la abuela viuda (mi madre) sobre Marijó. Tantas veces la habría visto destrozar las silabas de la tristeza que la niña habría terminado por enraizar una forma absurda de sobrellevar la pena por alguien a quien no le otorgaba mayor importancia. Tom no tenía un peso gravitante en el hogar según lo veía Alonso puesto que no llevaba nuestra misma sangre, color ó etnia. Para él, simplemente nos acompaña viviendo con nosotros; mimaba a Mariajó y claro ponía su cuota de respeto delante de extraños. Aún yo no me había manifestado y Alonso poniéndose de pie le ponía punto final a la conversación que en definitiva fue un monologo amargo por parte de él echándome como todos los hombres la culpa y consecuencias de las mensuales visitas que nos hacia mi madre. Y atajándolo se lo dije hay que hacer algo por Mariajó, presumo habría visto semejanzas con algo parecido o quizás escuchará sonidos ininteligibles que se lo recuerden. Alonso pasaba la mirada de derecha a izquierda impaciente con mis afirmaciones. Mentalmente iba procesando la bisectriz y parecía querer pescar respuestas en el mundo hipotético mirando al cielo raso, resolvió consultar a la brevedad posible una especialista. ¿Una médium? Le repliqué interesada y se abalanzó furioso fulminándome con la mirada, supo contener la ira tropezando con una palabra importante le puso paños fríos a la crisis: ¡Psicóloga! Dijo convencido y partió pisando fuerte. No le insistí mas, también estaba cansada y no podía dejar de admitir que en verdad me preocupaba el asunto sobremanera. Por otra parte, tenía el galopante deseo de ir en busca de mi madre como cuando niña y enseñarle la herida primigenia que la vida me había hecho. ¿Ella tendría remedio como en la infancia con este mal?
Me acosté completamente agotada deseando que Alonso por hoy no buscara abrigo en mi piel. No estaba de humor pero él ni bien me sintió transformo su temperamento autoritario en una súplica y no pude negarme. Se condujo sin presiones, acariciándome como nunca me envolvió su largo quejido al prodigarme todo su amor comprendí que mis labios abiertos y anhelantes sofocaban a la perfección los rezos desesperados de Alonso. Lo desconocí bajando hacia mi cintura con una voracidad insospechada delineo cada centímetro de mi biología ciego con las respuestas de mi cuerpo. Fue la mejor noche desde que nos casamos ó la mejor madrugada que descubrimos que podíamos alcanzar niveles de pasión nunca propuestas. Y entre besos urgidos, llegada la mañana coincidimos en que la psicóloga sería una buena opción.
Por la tarde, la psicóloga procedió a explicarle a Mariajo dicho sea de paso con mucho cuidado, los límites de la existencia y los misterios de la muerte se basan en haber disfrutado la vida con quien nos dio momentos felices. La magia radicaba entonces solo en enfocar la felicidad cuando la toque la congoja. Con ese comando salimos los tres porque Alonso siendo su propio jefe podría permitirse una tarde libre para pasarla con su familia. Intercambiamos vistazos evocadores y el sonrió con picardía pidiéndome que le recuerde la invitación visual cuando terminen la jornada. De manera que fuimos a celebrar el espíritu olímpico de la felicidad a un restaurant de moda. Alonso pidió una hamburguesa en vez de pedir algo nutritivo prefirió ser aliado del colesterol y haciéndose el gracioso pidió toda la variedad de cremas habidas y por haber para untarlas golosamente sobre ella. Al calor de la gracia Mariajó pidió exactamente lo mismo que Alonso emulando al padre pinto de colores amarillos rojos y hasta verdes la carne molida y por último ensartó un gran mordisco que pronto tuvimos que lamentar porque empezó a toser y la creímos atragantada. Le golpee la espalda mientras afanada en articular palabra señalaba con el dedo hacia la puerta del establecimiento para que miremos hacia donde apuntaba su índice. Y yo no vi nada, Alonso levantando los hombros tampoco. Nos preocupamos en atenderla y darle agua deseando le pasara ese antipático episodio convulsivo. Pero ella levantándose de la mesa pronunció el nombre de Tom antes de salir según creo a su encuentro juro y re juro que lo había visto ladrando como impidiéndole que coma la hamburguesa. Luego un tanto sonámbula regreso a la mesa quejándose de un dolor abdominal y dijo que quería vomitar que le picaban los brazos y camino al baño se desvaneció. Ahí descubrí que tenía los labios hinchados y rojos. Observándola con un tipo de inmovilidad incrédula plantada allí le pedí a Alonso ayuda. Él la tomó en sus brazos y salimos disparados del lugar a tomar un taxi. Infortunadamente no habíamos llevado el auto y por allí en horas punta se hacía prácticamente imposible tomar uno. De repente, nos vimos corriendo con la niña en brazos sin que nadie se apiadara de nosotros. Súbitamente tras un resplandor entre los postes lo escuché ladrar y reconocí a Tom en un instante y a su larga figura proyectada entre las sombras meneando la cola esponjosa. Alonso por poco y se traga la lengua perplejo tuvo la impresión idéntica a la mía. Nos pedía que lo siguiéramos y así lo hicimos guiados por nuestra intuición atravesamos una callecita corta y desconocida, doblamos la esquina y ¡oh maravilla! Hallamos un centro médico. Curiosamente para nuestro pasmo los guardianes convocaron a toda prisa al cuerpo de jubilados voluntarios que tenían turno esa noche. Eran médicos retirados del servicio obligatorio en los hospitales pero que aún conservaban las ganas de contribuir con la colectividad libremente. Fue así que entre ellos salió mi madre con su almidonado batón blanco y su cabello recogido por la nuca como en los buenos tiempos se precipitó a suministrarle el tratamiento oportuno para salvarle la vida. Una vez estabilizada Mariajó, abandonó la sala de urgencias preguntándome por Alonso. Recién sentí su falta y fuimos las dos a las afueras del policlínico, allí lo hayamos doblemente absorto con la presencia de mi madre ejerciendo sus funciones profesionales, le expliqué que le debíamos la vida de Mariajó. Ella sin mayores complicaciones mencionó que era un cuadro de intoxicación alimentaria y le prometió un severo de jalón de orejas para cuando vaya a visitarnos y se devolvió a urgencias. A solas los dos un tanto anonadado Alonso me dijo:
¡Vamos a decirle a Mariajó que no necesita buscar el alma del cahorro Tom, porque hoy ella nos ha encontrado..!