A partir de ahora leerás los trazos de mi soledad. Conduciré tus pasos por sitios ocultos en la creación, protegidos por barreras invisibles, saborearás destino, te lo puedo asegurar.
Soy pieza de ajedrez que el azar cósmico puso en casilla eterna. Fui legionario, pagano musulmán, salvaje lombardo, judío redentor, templario en tierra santa. Mis pies han pisado las más bellas praderas, altas cordilleras. Mi piel cubre la extensión del Universo, mis cabellos son el plancton de la Antártica y respiro junto a las ballenas.
Fui un Archaeonis y desandé por ramas de helechos gigantes buscando una respuesta a la extinción de mis primos los dinosaurios. Embrión de peces sentí orgullo de ser un paso adelante en la evolución vertebrada. Neandertal soñador busqué un amor perdido en los hielos del norte, allí donde los Cro-Magnon acosaban fieras hacia pantanos y cenagales, no lo encontré y furioso tiré mis vellos, redondeé mi frente y maldecí ser un eslabón perdido en los últimos diez segundos de esta larga vida.
No obstante contento, no hay nada más bello que un día tras otro, conduje a Bucéfalo por tierras persas, destaqué mi ingenio en Arbelas, traumaticé a Poro, sembré el amor en Bactriana. Bajé rodando por el Nilo hasta el Cairo y encontré a los mamelucos inspirados por su fe en Alá construyendo un reino poderoso. Piedra al fin terminé en la frente de Goliat, lanzada no sin cierto temor por el joven David. San Juan me reveló el Apocalipsis, abrió mis ojos de arcángel, enseñó el camino a mi interior.
Vikingo de ojos azules crucé las ondas azuladas del Océano Atlántico y sembré banderas en Islandia. Con Gengis Khan efectué la conquista de China. Los Han inspiraban respeto, ¡wu-shu!, pero el hambre de los ejércitos era inmensa y los caballos de la estepa se tragaron el inmenso país. En intrépidas galeras descubrí tierras nuevas con la errónea convicción de haber llegado al reino del Gran Khan… y… rascando mi cabeza exclamé: ¡Es la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto!… y las indígenas me agradaron por su atrevimiento. Napoleón me lanzó a Rusia, lejos de casa ¡pobre diablo campesino soy!, y sentí poco después en mi pecho la justeza de un sentimiento patrio perpetuado por una bala. Pero mis méritos son grandes y desperté melancólico en las Trece Colonias para escupir soñoliento la cara de un colonizador inglés.
En medio del lujo y la arrogancia dije no llamarme Luis XIV, sino el “Emperador Sol”. Unifiqué apasionado a mi pueblo en una nación poderosa, y sin temerle a Napoleón III, di qué hacer a mi ejército de autómatas y allí, en París, Europa tembló ante mí y me nombró “El Canciller de Hierro”.
–No tengo compasión, mi raza debe dominar el mundo-susurré al viento cuando despegué una tarde de un aeródromo y conduje legiones de cazas bombarderos a Londres para cumplir el sueño alocado de un grande sin cabeza y alemán de bajezas. -¡Ah, es preciso batallar para entender a los que han batallado!-dijo una tarde un buen amigo en letras redentoras del dolor de su pueblo bajo un opresivo régimen colonial en un libro, letras martianas, y aconsejado por su sapiencia partí mochila al hombro en búsqueda de pasiones socialistas en los Andes. Resurgido del polvo volé con alas de águila por los bosques canadienses, sensibles al smog, refugio de credos indo americanos y hogar de osos y de astutos zorros.
Por tanto créeme, soy todo y no soy nada. ¿Es posible? Sí. Tú me has creado. Yo hice surgir el mundo. En estos momentos sonrío en tu reloj aunque no tengo forma, porque me has transformado en agujas de caprichosas formas que danzan en círculos eternos. Soy tu mejor amigo. Él que hace apurar tu historia cuando trabajas con millones de brazos y respira a tu lado cuando quieres futuro. Me llamas tiempo y yo te agradezco el nombre, porque siempre estaré contigo- Humanidad– hija de mi alma.