Recobré algo la conciencia. Mis párpados, tan pesados como un dique, no me permitían ver. Con gran esfuerzo logré levantar la mano levemente, aunque sufrí un intenso hormigueo. Cuando la luz penetró al fin por mi pupila lo único que vi fueron mis pies descalzos. Justo en ese instante, no pude pensar en nada en absoluto, así que cerré de nuevo los ojos. La sangre de las piernas comenzó a bullir por las venas. Hice un esfuerzo por incorporarme, pero fue inútil, apenas sentía el resto del cuerpo. Tan solo un tenue calor me abraza las piernas. Aturdido, fui acariciando el edredón que cubría la cama, tomando conciencia del lugar en el que me encontraba. Entonces, abrí los ojos e intenté otra vez levantarme. Lo primero que alcancé hacer fue descender la mirada por mi cuerpo desnudo, con la camisa blanca desabrochada y la corbata roja atada al cuello, desmayada sobre mi costado. Comprobé que yacía en la cama en una postura atípica: bocarriba, con el culo en la almohada y las piernas estiradas sobre la vertical de la pared.
Con lentitud, una energía fue recorriendo mi interior, impulsando mis sentidos. Al fin, logré poner los pies en el suelo. Me giré hacia el otro lado de la cama. ¡Qué sorpresa! Allí, descansaba ella en igual posición: con sus piernas en alto, desnuda, la blusa desabrochada y el collar de perlas abierto sobre su pecho.
Atolondrado, bordeé a trompicones el lecho y entré en el baño para refrescarme. Ahora no recordaba qué ocurrió, por qué razón dormíamos de aquella extraña manera. La cabeza me estalla. Me viene la imagen de ella cuando subíamos las escaleras hacia mi piso de soltero. “¿Quieres darte prisa?”, le gritaba impaciente por el hueco. Esgrimió que le costaba mucho subir: -“Estoy agotada y tengo un calor horrible”. Y justo, observé cómo se desabrochaba la blusa.
Al punto regresé a la habitación, me tumbé junto a su melena extendida. La dejé dormir para que descansara bien. Me fui serenando al tiempo que mi mente recomponía los acontecimientos de la noche anterior.
Habíamos ido a tomar una copa a nuestro pub preferido. Ella se sorprendió cuando reconoció a quién nos servía las bebidas: una amiga con la que mantuvo una seria relación, antes de darse cuenta de que yo era el hombre de su vida. La otra, aún no había asimilado la separación. Nos apresuramos a beber la copa para marchar pronto. Antes que terminara de fumarme el pitillo, me advirtió que estaba sofocada.
Los rayos del nuevo día lucieron en mi cara. A pesar de aquel malestar, como una mordaz resaca, me sentía dichoso, anhelante de emprender juntos una nueva vida. Hemos planeado grandes proyectos: pronto conviviremos en esta casa; viajaremos a lugares recónditos y nos mimaremos el uno al otro.
Decidí despertarla susurrándole al oído: “cariño, levántate, tenemos que ir a trabajar”. Nada, impasible. Insistí con un tono más elevado. Tampoco. Pensé en quedarme todo el día acariciando su cuerpo desnudo. Por un día que llegáramos tarde, no pasaría nada.
Por un rato más, permanecí absorto en mis pensamientos. La ninfa de mi bosque tendida como una princesa. Ella, que ha restituido las cuatro estaciones en este bosque invernal. Tantas veces la soñé, tanto la busqué; siempre le dedicaré mis días. Al fin, se reveló ante mí para salvarme de esa odiosa vida disoluta. Ahora me guía por la senda del amor; y ese amor nos provee ilusión, sosiego, ecuanimidad.
Contemplaba su belleza, su ensortijado cabello, su rostro sereno. La miraba complacido; me inundó una pasión como no había sentido jamás. Fruto de esa intensa emoción, brotaron unas lágrimas de felicidad que descendieron por mi piel hasta mis labios. Necesité su calor, el olor dulce de su perfume, musicalizar su nombre al oído. Con suavidad me incliné hacia ella para abrazarla con ternura.
Nada más abrigarla entre mis brazos, el frío de su cuerpo me estremeció hasta la médula. Me paralicé un instante, aunque pareció una eternidad. De súbito, mi corazón aceleró el ritmo y sudoroso y agitado busqué en vano los latidos en sus muñecas, chillando despavorido sin cesar:
-Despierta, por favor.
Aquí está ella, muerta; y con ella, mi sueño.