Volvieron los idiotas
y los pájaros se fueron a otro sitio.
Las nubes se suicidaron contra el suelo
y los árboles lloraban desnudos en silencio.
Mientras los predicadores del miedo
repetían hipócritas sus viejas letanías
y los guardianes de la paz
asesinaban sin remordimientos
y a plena luz del día
a los indefensos
y a los inocentes sin nombre propio,
algunos,
muy pocos,
bondados y sutiles,
con frío de acero en el corazón
y desolados ante el paisaje
se escondieron resignados entre las piedras
a esperar la primavera.