Virginal, en el viento y la palabra,
y su desnudo abisal, y enero
como en la distancia.
Tu voz, rumor del eco ayer,
sal de mis lágrimas de noche,
brotes del corazón.
Nunca creí en la renuncia
Porque acaba en ti el pecho
de ese fulgor que habitó primero
antes de todo tropiezo
del vidrio en las manos,
del fuego sobrepiel que arrasó
la efigie del deseo sesgado,
atado a aquel llegar.
Sólo el lugar