El día se trastocó
en lóbrega noche.
Sólo minutos…
Sólo segundos…
permaneció el vendaval.
ÉL, sentado sin hablar;
explotó por dentro.
ELLA, -ahogando la amargura-
amparó su carne.
Mientras un recio oreo
arremetió en la borrasca
-orlado de llanto y
cubierto de saña-
ÉL, cerró sus puños
hacinando el odio.
ELLA, -ya entregada-
reprimió su labia.
Perfume a rosas muertas.
Perfume a desgracia.
Un enorme espiral
de turbios remolinos.
Anegó las calles.
Anegó su alma.
ÉL, vehemente en el furor;
descargó infortunio.
ELLA, -gélida e impávida-
encerró el dolor.
Siniestra y tétrica
como pesadilla insomne,
la núbil tempestad
subsistió segundos…
quizás minutos…
ÉL, estrujó sus manos
cubiertas por las hieles.
ELLA, -desolada y honda-
rasgó toda nostalgia.
Cesó la tormenta.
Cesó ya el tormento
Sosegó el escarnio.
Acalló el silencio.
Él, con sangre tibia
cubierta sus manos…
ELLA, sin la vida
pintada en los labios…