La indulgencia de Garcilaso
El cuzqueño al total de la gente
Admiró, empero en ningún caso
Posiblemente más que en el siguiente.
Tenía el un gozque regordete
Al cual feliz llamaba Bermejo.
Lo dejó solo un día en el gabinete
Para entrar en el cuarto anejo.
Cuando volvió después de una
Ausencia de sólo un minuto
Una sorpresa como otra ninguna
Le causó un pesar nada diminuto.
Bermejo había pues volteado
Una lámpara encendida en medio
De los papeles; hubo así quemado
La obra casi finida de lustro y medio.
Garcilaso, siendo ya muy viejo
Y viendo la pérdida irreparable,
Se contentó con reñir a Bermejo:
¡Oh, Bermejo travieso incurable!