Nos dormimos esperando los relámpagos
pero esa luz esdrújula nunca llegó,
nos desvelamos y forzamos la mirada
meditando la manera de romper aquel silencio.
Tú diste el primer paso,
abriste el cuaderno casi por la mitad
susurrándole unos versos del Lorca neoyorquino
con una tinta más caliente que el Vesubio en erupción.
No tardó la magia en surgir
en aquel páramo sin latitud
pues las auroras interrumpieron
a la memoria de la pluma.
Tus manos se sumieron en un trance,
mi boca se clavó en tus ausencias,
nadie quiso rescatar del olvido
a las mariposas que clamaban su inocencia.
Pero esa noche liberamos a sus alas y a sus gritos,
liberamos a la libertad
y dormimos luego
abrazando atardeceres infinitos.