Cuando vuelves a casa, te adormeces,
y una suave penumbra te ilumina;
a lo lejos la noche, te imagina,
bella aún, como siempre te apareces.
No soporto pensar que tantas veces,
cuando la madrugada se avecina,
abres la puerta y giras esa esquina
donde en tus sueños no me perteneces.
Emerges con la luz del día siguiente,
espléndida y desnuda en el soneto
que oxigena el silencio y te convoca.
Me miras con el rostro sonriente,
con todo el arco iris por completo
oculto en la garganta y en la boca.