Al tráfico no le importan
las implicaciones de coger su brocha
y pintar de rojo la carretera.
Lo hace cada día y piensa:
“En fin, ¿qué más da?”
Suele hacerlo a la entrada
de grandes miriápodos de hormigón
-llamados ciudades-,
pero también en extensos
mares de tierra y yerbajos
-llamados campos-.
En las ciudades la gente se droga
con una sustancia que se llama amor.
Esnifan deseo, fuman sexo y beben besos.
Pero también a veces se meten
un buen chute de violencia.
Y también de heroína y otras cosas.
En los campos pasa igual.
Aunque ciertamente
de un modo menos sofisticado.
Ah, y a la gente le molesta trabajar.
Por eso se inventó la lotería.