123- Doña María. Por Pichina
- 10 julio, 2011 -
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Yo periodista ambiciosa, y muy bien preparada quise escribir una historia real para la importante revista en la que trabajo. Tenía que ser una historia autentica e impactante que me catapultase a la fama.
Me puse a buscar personajes actuales y vivos, que hubiesen tenido una vida excitante o complicada. Una vida de esas que nadie nos atrevemos a soñar ni a pensar, unas veces por ser demasiado aterradora y otras por ser tan maravillosa que las retiramos de nuestra mente por creernos que estamos desvariando. Y me encontré con Doña María.
Un extraño personaje que había sido hacía muchos años la mujer más bella, rica y envidiada de su época y que hacía ya muchos años que había desaparecido por completo del mundo mediático. De tal manera que ni yo (periodista acreditada) había oído nada sobre tal personaje.
Sin dilación copié su dirección y partí inmediatamente en el primer vuelo para entrevistarla. Yo intuía que aquella entrevista iba a resultar muy positiva para mí, aunque no sabía si también lo sería para mi carrera que, en definitiva era lo que me importaba.
Me encontré frente a una inmensa casona o antiguo palacio envejecido y muy mal cuidado, casi abandonado: pero aún se notaban los vestigios de su pasada importancia. Estaba rodeado de una inmensa hacienda también muy abandonada.
Doña María me recibió encantada. Y yo quedé muy sorprendida, pues aquella viejecita era todo lo contrario de lo que yo me había imaginado.
Parecía que tenía cientos de años por la cantidad de arrugas que tenía. Su blanco pelo era ralo y sin brillo, y lo había recogido ella misma en un anticuado moño que la hacía parecer aún más antigua. Vestía de negro con un sencillo vestido muy corriente y sus manos eran huesudas al igual que todo su cuerpo.
Mientras caminábamos por un pasillo largo y estrecho, ella me iba contando su pasado, al tiempo que me enseñaba la casa habitación por habitación y estancia por estancia. Aquella casona o palacio era enorme, con muchos salones, gabinetes y habitaciones. Por lo visto ella había sido muy rica y había tenido una vida llena de lujos y fiestas y siempre había sido el centro de atención de la sociedad de su época. En cada salón de la casa ella tenía una anécdota o recuerdo de su pasada importancia como anfitriona y admirada joven. Por lo visto había sido muy hermosa y todos los jóvenes y no tan jóvenes que la conocieron la pidieron en matrimonio, pero ella estaba convencida de que ninguno de ellos estaba a su altura. Tenía un concepto de su hermosura y de su valía y de su importancia económica (creado en parte por las constantes alabanzas y admiraciones que recibía continuamente) que pensaba que debería por fuerza llegar algún ser sobrenatural o un semidiós para ella solamente. Y en esta espera, los años inexorables fueron pasando sin que el esperado príncipe celestial llegase y la pidiese en matrimonio.
De golpe se dio cuenta de que aquella bellísima y riquísima joven que era ella había desaparecido junto con la lujosa mansión en la que brillaba, y en su lugar había emergido una casona vieja y abandonada con una anciana mal vestida y flaca.
Todo esto lo iba contando ella y yo solo escuchaba. Pero me sorprendió mucho que a pesar del dolor que deberían de producirle aquellos recuerdos, ella sonreía continuamente, y en sus ojos había un brillo extraño, como si ocultase un secreto que la tenía convencida de que volvería muy pronto a tiempos pasados y que lo que me estaba mostrando era un espejismo del cual me sacaría dentro de poco sorprendiéndome inimaginablemente.
Por fin después de todo un día de recorrer estancias y escuchar sus relatos que me hacían casi ver aquellas magníficas fiestas y el esplendor que ella había tenido, se paró en mitad del pasillo y me dijo:
-Ahora voy a mostrarte el tesoro más grande que yo siempre tuve desde que nací. Ni la casa, ni todos los aristócratas que siempre me rodearon, ni mis padres, ni mis riquezas, ni mis joyas, ni yo misma, ni todo eso junto valemos tanto como lo que voy a enseñarte.
Mientras me decía esto el brillo extraño de sus ojos aumentaba y su sonrisa era angelical, casi sobrenatural. Yo estaba intrigada, pues pensaba que podía ser más importante para aquella altiva mujer que sus padres, sus riquezas o ella misma…
Salimos de la gran casa y me llevó a otra casa mucho más pequeña; era lo que podría llamarse la casa de los criados. Parecía un establo rectangular con una puerta y unas pequeñas ventanas.
Entramos, y allí dentro el rostro de aquella mujer se iluminó de felicidad. Yo no entendía nada y empecé a pensar que aquella mujer no estaba bien de la cabeza… quizá padecía demencia senil y ella veía algo que yo no era capaz de ver.
El interior de aquel galpón estaba destartalado, oscuro y viejísimo. No tenía apenas muebles y parecía que tenía muchas habitaciones para dormir. En la entrada donde nosotros nos encontrábamos había una cocina vieja y muy antigua, y unida a ella sin puerta, lo que debió haber sido un pequeño comedor.
De pronto ella casi transfigurada y con una voz emocionada y sumamente respetuosa llamó:
-Doña María
Al punto apareció una señora aproximadamente de la misma edad que la dueña de la hacienda. Vestía muy parecido a ella, pero un poco más harapienta y toda de negro. Se notaba al instante que era la criada y también que poseía un gran carácter y unas dotes de mando propias de una fortísima personalidad. Se captaba que todo lo que hacía o mandaba no admitía réplica ni discusión, pero tampoco parecía que fuese a enfadarse si se la contradijese.
Doña María apenas nos miró y tampoco nos saludó ni dijo nada al vernos allí. Era tan activa que toda su preocupación se centraba en hacer lo que ella creía que debía de hacer. Por lo tanto, casi sin mirarnos y sin decir ni una sola palabra, se acercó al antiquísimo fogón y comenzó a colocar cacerolas y a mover y a ordenar los pocos y viejos utensilios que había por allí de espaldas a nosotras. Observé que la dueña la miraba embelesada, con una constante y dulcísima sonrisa en su boca y un brillo cegador en sus cansados ojos, como si estuviese contemplando un ángel maravilloso recién bajado del mismo cielo, y la dejaba hacer sin interrumpirla para nada. De pronto doña María se dio la vuelta y nos miró fijamente y con un nerviosismo tal que a mí sin saber porque me trasmitió un angustiante terror. Por su gesto serio y aquella mirada preocupada y penetrante supe que algo estaba pasando que solamente ella sabía y que al instante nos lo iba a contar. Esperé inmóvil por el pánico que sentía, pues la mirada de doña María revelaba un gran peligro para nosotras dos (la dueña y yo)
Miró con un amor infinito para su ama y le dijo:
-Ellos están aquí afuera. Del otro lado de la casa y vienen dispuestos a llevaros a las dos.
Yo temblaba de miedo. No sabía que o quien eran ELLOS, pero por la forma en que la criada lo dijo supe que algo o alguien venía a hacernos mucho daño. Comencé a temblar y miré con angustia a mi anfitriona para pedirle explicaciones sobre lo que ocurría y que o quienes querían hacernos daño y porqué. Pero el rostro de mi anfitriona no se había alterado lo más mínimo y seguía mirando arrobadoramente a doña María y sonreía. Su expresión denotaba que estaba absolutamente segura de que su criada la protegería con su propia vida y que jamás permitiría que a su ama le hiciesen daño, por lo que se ponía en sus manos con una confianza ciega y totalmente dispuesta a obedecerla sin la menor contradicción.
Asustada miré por una de las ventanas que daba a la parte de atrás de aquel galpón y vi un verdísimo prado no muy ancho bordeado por un río. Al otro lado del río había algunos árboles frondosos y el prado se extendía a todo lo largo del río. Empecé a oír un ruido lejano que cuanto más miraba yo hacia el río más iba increscendo. De pronto vi a través de la ventana un ser que me paralizó por completo. Era el rostro barbudo de un hombre horrible. Era muy grande, iba todo desarrapado y llevaba un sucio y viejo sombrero marrón de ala ancha. Sus hombros eran contrahechos, uno mucho más alto que el otro, sus piernas estaban muy arqueadas y con las rodillas dobladas y tenía unas manos enormes y sucias. Un ojo no lo tenía y solo se veía la cuenca negra, arrugada y como quemada, y el otro ojo era grande, negro y brillante como un ascua. Por aquel ojo rezumaba maldad y odio. Aquel ser se parecía más a una espantosa bestia que a un ser humano, y al instante supe que aquel ser era un servidor de ELLOS y que éstos eran aún más horribles y malignos que su servidor.
Venían todos, (aproximadamente ocho de ELLOS y tres o cuatro servidores) hacia el galpón por la parte de atrás de la casa y casi estaban ya entrando por las ventanas de las habitaciones.
Doña María también los oyó y supo que estaban muy cerca. Entonces pasó su brazo por los hombros de su ama y con aquel amor tan grande pintado en el rostro dijo:
-Vamos, tenéis que escapar rápidamente de aquí. Saltad por la ventana de esa habitación y huid hasta el otro lado del río. Allí estaréis a salvo.
Yo no comprendía como mi anfitriona simplemente se dejaba guiar y no hacía nada por salvar a su criada; y sin poder contenerme dije:
-Usted doña María tiene que venir también con nosotras y ponerse a salvo, sino la matarán o la llevarán.
Ante mi sorpresa ellas miraron una para la otra y sonrieron con ternura, como si acabaran de escuchar la tontería de un niño.
Sin esperar más ambas saltamos por la ventana y corrimos atravesando el prado a toda la velocidad sin parar hasta que llegamos al río. Lo cruzamos (pues no era muy profundo) y nos metimos entre los árboles.
En el prado había mucho barullo de voces, pasos, y golpes de seres espantosos y extraños y mucha confusión. ELLOS, aquellos seres horribles irradiando odio, rabia y maldad, destrozaban todo a su paso y su única obsesión era entrar en el galpón para encontrarnos a nosotras. Y al contemplarlos supe que aquellos seres del mal habían sido creados solamente para aquella misión… Capturarnos y llevarnos a un submundo espeluznante, aunque no adiviné por qué.
Pensé en doña María y se me encogió el corazón al imaginar lo que aquel MAL con forma humana le haría a aquella valiente y generosa mujer, al descubrir que nos ayudó a escapar; y con un nudo de angustia en la garganta miré a mi anfitriona para recriminarla por su indolencia y egoísmo con su criada, que probablemente había dado la vida por salvarla a ella y ni tan siquiera la invitó a salvarse con nosotras, y lo que es peor no demostraba la más mínima preocupación por ella.
Entonces al mirarla descubrí la mayor sorpresa de mi vida. Una sorpresa que me dejó sin habla y sin saber que pensar ni que decir. Una sorpresa que dejó mi mente en blanco y mi cuerpo paralizado. Mi anfitriona, el ama, la dueña de aquella enorme hacienda, la riquísima y admirada joven venida a menos, la mujer que me quiso enseñar el secreto mejor guardado y más amado para ella ¡¡¡ ERA DOÑA MARÍA ¡!!
Y yo en mi ignorancia, no supe descifrar aquel juego maravilloso de la creación. La magia de las vidas que vivimos (fantásticas vidas paralelas escogidas por nosotros) en las que somos alquimia y alquimistas al mismo tiempo.
123- Doña María. Por Pichina,
Curioso relato, aunque creo que necesita pulir un poco su redacción.
Suerte!
¨Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad¨
Lovecraft, cuando perdió su credencial de la escuela a los 10 años.
Quizá estas obras puedan, además de gustarte, hacerte más fácil el camino:
La ventana abierta, de Saki.
El Horla de Guy de Maupassant.
Cuentos de Edgar Allan Poe.
La gallina degollada de Horacio Quiroga.
Emma Zunz de Jorge Luis Borges.
Pichina, me ha gustado el relato, pero le falta «algo», no sé a lo mejor es la trama que no está bien trabada. Animo y suerte
QUE BUENOS CONSEJOS TE HAN DADO LOS QUE COMENTAN TU RELATO. TU TRABAJO ME PARECE BUENO. SUERTE
El relato está bien, pero necesita un pequeño trabajo anterior para no perderte al contarlo, creo.
Suerte
Un enigma
Suerte
Se adivina tu interés por la literatura fantástica. En eso coincidimos. Creo que le falta un poco más de trabajo, de redacción, de revisión. Pero lo importante, como te digo es el interés. De ahí a mejorar sólo hay un paso.
Mucha suerte (o mucha mierda, como se prefiera)