Icono del sitio VI certamen Poemas Sin Rostro 2010-2011

6- La soledad del poeta. Por Alterego

Cuando el suelo se cansó de golpear mis suelas
decidió poner ante mis zapatos un charco,
una insondable mancha de agua que reflejaba
como un espejo bruñido con esmero, mi alma
un templo erigido sobre arenas movedizas
velado por turbias sombras de soledad
en las que se ahogan las voces de mi pasado.

Roncos sollozos arrastrados por el viento
traen a mis ojos lágrimas que una vez lloré
mientras nadaba en un mar de incomprensión
sintiéndome solo, herido, entre la muchedumbre
que, mirando hacia otro lado, pasaba junto a mí.

Una suave brisa encrespa su superficie
y entre las minúsculas olas que se forman
veo unos ojos, unos sensuales labios
perfilándose en una mueca de ternura;
un lascivo guiño que tan pronto nace, muere
dejando a su paso una amarga desazón
cargada de bilis en mi boca huérfana:
fatuas llamas que su propio deseo extingue.

Comienza a llover. Una metralla de agua
agujerea el espejo en que me observo
como balas de cañón rasgando en dos
las velas de un navío enemigo en la batalla.
El pasado revive en cada gota que cae
salpicándome con nombres y rostros tiempo atrás
olvidados en algún rincón de mi memoria.

El agua empapa, inclemente, mi ropa lamiéndome
hasta los tuétanos con su gélida mano.

Me siento solo, abatido, como el héroe
que cansado vuelve a casa tras su gesta.

Sé que en esta historia la derrota en que vago
supone la aniquilación de mi propio ser,
una aniquilación continua, irreversible
en la que mi orgullo hace tiempo que cayó
y ante la cual, lo único que puedo hacer
es escribir versos, meros ajustes de cuentas
en esta más que perdida cuestión de honor.

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