Las luces comienzan su descanso.
Me planto delante del espejo,
los aplausos y la ilusión aún retumban
en la carpa de los nómadas del espectáculo.
Mi reflejo sonríe satisfecho con la actuación.
Vuelvo a observar,
esfinge seria al recordar.
Un día te regalé un amor sincero,
y tú me concediste
besos transparentes a juego
de mi camuflaje
de porteador de felicidad.
Preparo el linimento;
brebaje contra la segunda identidad.
Algodón listo para actuar,
ojos cerrados,
comienza el desmaquillado artificial.
Por un efímero segundo,
mi rostro recupera la tez morena
de mi innata humanidad,
para abandonarla y retornar
a la blanca soledad.
El silencio devoró los aplausos.
El trapecio balanceaba su inocencia
mientras la magia abandonaba entre lágrimas
el escenario de nuestros sueños.
Un desierto blanco bajó el telón
cuando tu latir escarchardo quedó…
en mi eterno invierno marcado.