que nos llega desde los calcetines, pasa del muslo a la nalga, sube por la axila hasta la boca quemando la voz en damero que enferma antes de tus oídos y se convierte en fuego.
Este frío no reconoce la piel ni las orquídeas, no baila al paso de tu hija acordeón, ni desanda la crin de las tortugas.
No sabe de vecinos que hibernan tardes de collage, ni enturbia la vasija con deseos de porcelana.
¿Encontrará el baúl de los vestidos de novia para besar tu pecho?
Se volverá arcilla y armiño de plata fundida para nuevos belenes, entre lienzos que esperan y paredes cuna.