La ventana abierta enmarca un paisaje de mar, de montañas,
de gaviotas. Las gaviotas podrían ser las de Corinto,
y el Egeo este mar. Y la montaña quizá sea el Olimpo.
Porque son el mismo mar, todos los mares.
Que todas las montañas, son la misma montaña.
Y en una gaviota, están todas las gaviotas.

Ahí al lado, tú duermes descuidada, y no te importan
la montaña, ni el mar ni las gaviotas. Algunas
se lanzan hacia el agua, y salen con su presa en el pico.
El mar es un misterio. No esconde solo peces
Esconde los sueños de los vivos, los ojos de los muertos,
la belleza. La montaña lo sabe y lo mira envidiosa.

La montaña se arropa con las nieves, que ya lloran,
porque adivinan la naciente primavera.
¿Qué cubren esas nieves? ¿Qué misteriosas flores nacerán
cuando ellas mueran? La montaña ya las está gestando.
El invierno la fecundó en secreto, como si fuera un viejo dios,
y ella lo aceptó con esa sumisión de virgen antigua.

Te remueves dormida y tu espalda desnuda es deslumbrante.
Tu pelo, largo y moreno se esparce por la cama
y te tapa la cara, ahora un poco vuelta hacia mí.
Debajo de ese pelo ¿qué se esconde? Quién lo sabe.
Eres tú como el mar, las nieves, la montaña.
Eres una mujer. Un espíritu oscuro. Un eterno misterio.